sábado, 16 de noviembre de 2013

El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry

«He aquí mi secreto —dijo el zorro—. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. El tiempo que dedicaste a tu rosa hace que tu rosa sea tan importante. Los hombres han olvidado esta verdad, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa».

Un pequeño príncipe poseía una rosa y tres volcanes en un minúsculo planeta. Un día que estaba muy aburrido salió a dar una vuelta por el Universo. Visitó unos cuantos asteroides parecidos al suyo y conoció a un rey, a un vanidoso, a un bebedor, a un hombre de negocios, a un farolero y a un geógrafo. Por último llegó a la Tierra. Como era un planeta grande permaneció allí durante un año, y tuvo oportunidad de conversar con una serpiente, un cazador, un guardagujas, un mercader y, especialmente, con un zorro y un piloto que reparaba el motor de su avión en el desierto. En cada nuevo encuentro, el principito hacía preguntas breves, y escuchaba las respuestas con atención. Buscaba, como todo hombre, lo esencial, lo mismo que tú y que yo: ¿dónde estoy?, ¿en qué planeta he caído?, ¿qué haces ahí?, ¿dónde están los hombres?, ¿cómo puedo tener amigos?
Antoine de Saint Exupéry (1900-1944), alternó la pasión por la aventura con la meditación sobre el significado último de la existencia. En El principito (Le petit prince en el original), encontramos la importancia del valor de la amistad, del heroísmo como meta, la felicidad que proporciona el cumplimiento del deber, la responsabilidad como motor de la conducta moral… Imprescindible.


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