La visitadora
Era en Belén y era Nochebuena
la noche.
Apenas
si la puerta crujiera cuando entrara.
Era una
mujer seca, harapienta y oscura
con la
frente de arrugas y la espalda curvada.
Venía sucia de barros, de polvo de caminos,
la
iluminó la luna y no tenía sombra.
Tembló María
al verla; la mula no, ni el buey
rumiando
paja y heno igual que si tal cosa.
Tenía los cabellos largos, color ceniza,
color
de mucho tiempo, color de viento antiguo;
en sus
ojos se abría la primera mirada
y cada
paso era tan lento como un siglo.
Temió María al verla acercarse a la cuna.
En sus
manos de tierra ¡oh Dios! ¿qué llevaría...?
Se
dobló sobre el Niño, lloró infinitamente
y le
ofreció la cosa que llevaba escondida.
¡Era
una mujer bella, esbelta y luminosa!
El Niño
la miraba, también la mula, el buey
mirábala
y rumiaba igual que si tal cosa.
Era Belén y era Nochebuena la noche.
Apenas
si la puerta crujió cuando se iba.
María, al
conocerla, gritó y la llamó: «¡Madre!»
Eva
miró a la Virgen
y la llamó: «¡Bendita!»
¡Qué clamor, qué alborozo por la piedra y la estrella!
Afuera
aun era pura, dura la nieve fría.
Dentro,
al fin, Dios dormido, sonreía teniendo
entre
sus dedos niños la manzana mordida.
Gn 3, 6-15
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