El viernes 15 de febrero algunos
alumnos de mi colegio de 2º de Bachillerato acudieron al teatro. Se
representaba Óscar. O la felicidad de existir, obra de Éric-Emmanuel Schmitt, en versión de Juan
José de Arteche. No conocía la obra ni pude asistir a la
representación, pero me trajo a la memoria otra interesante obra del
autor que pude disfrutar hace tiempo. Se trata de Pequeños
crímenes conyugales. Los protagonistas, Alejandro y Carla, llevan
quince años casados. Acaban de llegar a su apartamento. Vienen del
hospital. Alejandro sufre amnesia. Al parecer, se cayó por la
escalera y perdió el conocimiento. No se acuerda de nada y Carla se
encarga de ir recordándole quién era, qué frases decía, lo que le gustaba y
aquello que detestaba. Pero a Alejandro le parecen
contradictorias algunas de las cosas que Carla le dice sobre
su propia personalidad y sobre la relación que mantenían. ¿Quién es él en
realidad? ¿Y quién es Carla? ¿Cómo era antes su vida de pareja? A
partir de lo que ella le cuenta, Alejandro intenta reconstruir
su propia vida. Pero, ¿y si Carla mintiese? ¿Es él, realmente,
tal y como ella lo describe? Y ella, ¿es de veras su mujer? A través del ágil
diálogo y los continuos golpes de efecto Schmitt nos muestra
el camino a una verdad inesperada manteniendo el asombro y
la tensión hasta el final. En un solo acto y en tiempo real Pequeños
crímenes conyugales (Petits crimes conjugaux) nos ofrece
una sabia reflexión sobre el amor, la fidelidad y el paso del
tiempo, y los problemas que entrañan las relaciones de pareja. En
2001, Eric-Emmanuel Schmitt recibió el Gran Premio de
Teatro de la Academia francesa por el conjunto de su
obra. Su segunda película como director, Cartas a Dios, se estrenó en España
en 2011.
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