«Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece.
(…) Winston tenía que subir a un séptimo piso. Con sus treinta y nueve años y
una úlcera de varices por encima del tobillo derecho, subió lentamente,
descansando varias veces. En cada descansillo, frente a la puerta del ascensor,
el cartelón del enorme rostro miraba desde el muro. Era uno de esos dibujos realizados
de tal manera que los ojos le siguen a uno adonde quiera que esté. EL GRAN HERMANO
TE VIGILA, decían las palabras al pie».
En 1984, George Orwell pinta un estado totalitario, bajo el ojo
vigilante del Gran Hermano, en el
que un funcionario del Ministerio de la Verdad , cuya misión es reescribir la Historia , intenta
protestar. Orwell temía un Estado dictatorial que controlaría la
información y las vidas de la gente. Leída treinta años después, la vigencia de
1984,
llamada por algunos la «madre de todas las distopías»
parece innegable. A pesar de la derrota de los totalitarismos, otros
totalitarismos, no tan evidentes o medio enmascarados ponen en peligro nuestra
libertad. De ello avisaba ya Erich Fromm
en 1961, hablando de la novela de Orwell:
«sería lamentable que los lectores interpretaran 1984 como una presunta
descripción de la barbarie estalinista, y les pasara inadvertido que también está hablando de nosotros». Tras la plúmbea versión cinematográfica de Michael Radford, se está preparando ya una nueva adaptación al cine.
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