La noche del 16 de
junio de 1816, después de que Lord Byron y Percy B. Shelley
discutieran largamente sobre la posibilidad de descubrir el principio vital de
la naturaleza y transferirlo a un cuerpo inerte, Mary W. Shelley tuvo
una memorable pesadilla sobre la visión de un monstruo creado por la
ciencia humana. Éste sería el punto de partida para la confección de esta breve novela epistolar, considerado el primer relato de ciencia ficción, y que al mismo tiempo es una de las obras más
proféticas de la historia de la literatura: Frankenstein o el moderno
Prometeo. Un drama romántico sobre la voluntad prometeica del
ser humano, que encoge el corazón y plantea nuevos problemas morales de
consecuencias desconocidas, como lo es el de jugar a ser Dios, ocupar el lugar del Creador. Sin duda hace honor a su carácter de clásico,
pues sigue tan vivo y actual como hace 200 años. No sé cómo no lo leí
antes… Llevada al cine en numerosas ocasiones, quizá te pueda recomendar la grandiosa adaptación, llena de efectos, que realizó Kenneth Branagh.
Si te gusta leer, este es tu blog. Leer para aprender. Leer para descansar. Leer para recomendar. Libros para ti, libros para tus hijos, libros para tus padres. Libros para todas las edades. Libros para jóvenes y libros para adultos. Lo mejor de ahora y de siempre. No son recomendaciones de un experto, sino de un aficionado a la lectura que recomienda libros a sus amigos. Espero que te gusten.
lunes, 20 de septiembre de 2021
Frankenstein, de Mary W. Shelley
«…no narro las fantasías de un iluminado
(…) Tras noches y días de increíble trabajo y fatiga, conseguí descubrir el
origen de la generación y la vida; es más, yo mismo estaba capacitado para
infundir vida en la materia inerte.»
lunes, 6 de septiembre de 2021
Ir a coger moras, por Philippe Delerm
Ir a coger moras[1]
Es un paseo que se da
con viejos amigos, al final del verano. Se acerca la vuelta al trabajo. Pocos
días después todo volverá a empezar; así que resulta agradable ese último
garbeo ya con efluvios de septiembre. No es menester invitarse, ni comer
juntos. Basta una llamada, a primera hora de la tarde del domingo.
—¿Os apetece venir a
coger moras?
—¡Hombre,
precisamente os lo íbamos a proponer!
El sitio es siempre
el mismo, a lo largo del camino en la linde del bosque. Las zarzas cada año
están más frondosas e impenetrables. Las hojas tienen ese verde mate, profundo;
los tallos y espinas, esa tonalidad vinosa que se asemeja a los propios colores
del papel vergé con el que se encuadernan libros y cuadernos.
Cada cual va provisto
de una caja de plástico especial para que no se chafen las bayas. Todos
empiezan a coger sin demasiado frenesí, sin demasiada disciplina. Bastarán dos
o tres tarros de confitura, que no tardarán en saborearse en los desayunos de
otoño. Pero el máximo placer es el del sorbete. Un sorbete de moras consumido
la misma noche, un dulzor helado en el que duerme el último sol relleno de
frescor oscuro.
La conversación discurre sobre cualquier cosa. Los críos se ponen serios, evocan su temor o su deseo de que les toque tal o cual profe. Porque el regreso al trabajo gira en torno a ellos, y el camino de las moras tiene un sabor a escuela. La carretera es suave, apenas ondulada: es una carretera hecha para conversar. Entre dos chaparrones, la luz reavivada se presenta aún cálida. Hemos cogido las moras, y con ellas nos hemos llevado el verano. En la pequeña curva de los avellanos, nos deslizamos hacia el otoño.
[1] P. Delerm, El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida, Tusquets («Los 5 sentidos»), Barcelona 1998, pp. 33-34.
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