La madre[1]
A veces llego a mi casa
con la prisa
que requiere
hoy en día
la sociedad
y ni siquiera saludo.
Entro rápida
en mi alcoba
y doy un grito
a mi madre.
-¡Mamá, tengo mucha prisa.
¿Se me ha secado la falda?
¿Me has planchado la
camisa?
Venga, ponme la comida
que me tengo que ir
corriendo.
Y ella, como un soldadito
va mis órdenes cumpliendo.
-¿Dónde están mis botas
negras?
¿Dónde has puesto mis
pendientes?
¿Por qué me escondes las
cosas?
¿Y mi cepillo de dientes?
Tráeme las llaves del
coche,
cómprame un tinte del pelo
y luego, si tienes tiempo,
bajas la luna del cielo.
Y ella, como un soldadito,
va restando de sus horas
el tiempo que necesito.
De todas las formas, mi
madre,
ya tiene hecha su vida.
Ahora debe dedicarse
a hacerme a mí la comida,
a tener la casa limpia,
a ir los martes al mercado...
En fin, esas tonterías
que a mí me han enamorado.
En fin, esas tonterías
que hacen que mi vida
fluya
mientras yo, como un sargento,
voy malgastando la suya.
Yo metiéndome al bolsillo
su rodal de luna llena
y con sus rayos de sol
poniéndome yo morena,
mientras que ella
con la luz de una lámpara
fundida
va consumiendo su vida
dando betún a mis botas,
ordenando mis cajones,
cosiéndome calcetines,
planchándome pantalones,
regalándome latidos,
remendándome tristezas...
¿En dónde me acabo yo
y tú, mamá, dónde
empiezas?
Quiero que empieces aquí,
donde acaba mi poesía.
Debí haberla escrito
antes,
¿verdad que sí, madre mía?
Pero aún nos queda tiempo.
Venga, cierra el
costurero.
Ponte guapa que nos vamos,
hoy empezamos de cero.
¡Desenchufa ya esa
plancha!
¡Deja la ropa en el balde!
Yo lo haré cuando
volvamos,
vamos, mamá, se hace
tarde.
[1] Más información sobre la autora: https://www.magdalenasanchezblesa.com/
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