El
pasado 22 de marzo de 2020 nos dejaba para irse al Cielo Marisa, esposa del escritor afincado en Boadilla del
Monte José Luis Olaizola. Él mismo nos lo cuenta…
CAMINO DEL CIELO
Con
lágrimas en los ojos os cuento que mi mujer, Marisa, se fue al Cielo el pasado
22 de marzo.
¿Y
por qué está usted tan seguro de que se fue al Cielo? Porque era muy pesada y
gracias a su pesadez he hecho un montón de cosas buenas. Es más, pienso que
todo lo bueno que he hecho en esta vida
ha sido gracias a ella. No en vano era mi asesor literario.
Pero
su pesadez se extendía a sus nueve hijos y, bien pensado, a cualquier persona
que se cruzara en su camino. De todos procuraba sacar lo mejor que hubiera en
ellos. Para conseguirlo tenía a su favor que siempre tuvo muy buena presencia,
de joven fue una belleza y con los años no perdió un ápice de su encanto. A su
buen natural unía una gran facilidad de palabra de suerte que decía las cosas
bien, sin resultar ser pesada. El único que se atrevía a llamarle “pesada” era
yo, pero no le importaba porque desde el primer momento me colocó en su lugar.
Me solía decir: “no sé cómo me enamoré de ti porque cuando te conocí eras una
birria”, lo cual era falso porque era un atleta que acababa de ganar el
Campeonato de España, de ochocientos metros en pista. Pero siempre le agradecí
que estuviera enamorada de un birria como yo.
Porque
vivía solo para mí, a tan extremo que hay gente que pensaba que mis libros los
escribía ella. Me quería tanto que aceptaba todas mis locuras, como la de dejar
de ser abogado, para convertirme en ejecutivo y, sobre todo, para hacerme
escritor. Menos mal que no me salió mal.
Mi
principal locura, o disparate, fue la de ser un vago redomado hasta los veinte
años, que fue cuando nos conocimos para convertirme en un hombre de provecho.
¿Cómo
no va a estar en el Cielo alguien que ha sido capaz de aguantar semejante
inutilidad?
Por
cierto, otra de mis inutilidades era, o es, mi profundo despiste, al extremo de
que me pierdo con gran facilidad, al punto de que Marisa me solía decir que era
preciso que ella se muriera antes que yo, para enseñarme el camino del Cielo
porque si no era capaz de perderme. O sea que me está esperando para prestarme
el último y definitivo servicio: llevarme de la mano al Cielo.
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