sábado, 28 de marzo de 2020

Camino del Cielo, por José Luis Olaizola



El pasado 22 de marzo de 2020 nos dejaba para irse al Cielo Marisa, esposa del escritor afincado en Boadilla del Monte José Luis Olaizola. Él mismo nos lo cuenta…

CAMINO DEL CIELO

Con lágrimas en los ojos os cuento que mi mujer, Marisa, se fue al Cielo el pasado 22 de marzo.
¿Y por qué está usted tan seguro de que se fue al Cielo? Porque era muy pesada y gracias a su pesadez he hecho un montón de cosas buenas. Es más, pienso que todo lo  bueno que he hecho en esta vida ha sido gracias a ella. No en vano era mi asesor literario.
Pero su pesadez se extendía a sus nueve hijos y, bien pensado, a cualquier persona que se cruzara en su camino. De todos procuraba sacar lo mejor que hubiera en ellos. Para conseguirlo tenía a su favor que siempre tuvo muy buena presencia, de joven fue una belleza y con los años no perdió un ápice de su encanto. A su buen natural unía una gran facilidad de palabra de suerte que decía las cosas bien, sin resultar ser pesada. El único que se atrevía a llamarle “pesada” era yo, pero no le importaba porque desde el primer momento me colocó en su lugar. Me solía decir: “no sé cómo me enamoré de ti porque cuando te conocí eras una birria”, lo cual era falso porque era un atleta que acababa de ganar el Campeonato de España, de ochocientos metros en pista. Pero siempre le agradecí que estuviera enamorada de un birria como yo.
Porque vivía solo para mí, a tan extremo que hay gente que pensaba que mis libros los escribía ella. Me quería tanto que aceptaba todas mis locuras, como la de dejar de ser abogado, para convertirme en ejecutivo y, sobre todo, para hacerme escritor. Menos mal que no me salió mal.
Mi principal locura, o disparate, fue la de ser un vago redomado hasta los veinte años, que fue cuando nos conocimos para convertirme en un hombre de provecho.
¿Cómo no va a estar en el Cielo alguien que ha sido capaz de aguantar semejante inutilidad?
Por cierto, otra de mis inutilidades era, o es, mi profundo despiste, al extremo de que me pierdo con gran facilidad, al punto de que Marisa me solía decir que era preciso que ella se muriera antes que yo, para enseñarme el camino del Cielo porque si no era capaz de perderme. O sea que me está esperando para prestarme el último y definitivo servicio: llevarme de la mano al Cielo.

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