Con ánimo de hablarle en confianza
de su
piedad entré en el templo un día,
donde
Cristo en la cruz resplandecía
con el
perdón de quien le mira alcanza.
Y aunque la fe, el amor y la esperanza
a la
lengua pusieron osadía,
acordéme
que fue por culpa mía
y
quisiera de mí tomar venganza.
Ya me volvía sin decirle nada
y como
vi la llaga del costado,
paróse
el alma en lágrimas bañada.
Hablé, lloré y entré por aquel lado,
porque
no tiene Dios puerta cerrada
al
corazón contrito y humillado.
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