«No veo más que el reflejo del sol sobre el lago, no oigo más que el murmullo del viento. Miro y escucho. Mi mente, sin embargo, bulle de pensamientos. Incluso aquí, en el silencio y después de tantos años, llegan las intrigas, frivolidades, rencores; despojos que he dejado a lo largo del camino. Pero el lago me ampara y esta tierra es un bastión firme al que me agarro. Siento en este lugar su presencia …».
Siglo IV. Egeria vive en Gallaecia
consagrada a Dios en compañía de otras mujeres, pero una inquietud turba su
vida tranquila y campesina: el deseo de peregrinar a Jerusalén. Un viaje
aparentemente imposible para una mujer sola en un mundo convulso. Pero los
caminos de Dios son inescrutables. El general hispano Teodosio, casado
con su prima Aelia, es llamado por el emperador Graciano a
Oriente para detener las invasiones de los bárbaros. Y su prima la pide que la
acompañe, primero a Roma y luego a Constantinopla cuando Teodosio
es nombrado emperador de Oriente. Desde allí, el ansiado peregrinaje es ya
posible y Egeria recorrerá, en un viaje único y azaroso, todos los
lugares sagrados del cristianismo.
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