Si me preguntaran por mi libro de poemas preferido, seguramente te diría éste. Cuando el autor comenzó a escribirlo tenía 17 años; un año después ganaba el Premio Adonais. Pero prefiero dejar que sea él quien te lo presente: “Don de la ebriedad, la poesía como un «don» y como una «ebriedad», como una entrega y como un entusiasmo en el sentido platónico de inspiración, de rapto, de éxtasis o, cristianamente, de fervor. (…) los siguientes poemas manaron de la contemplación viva, caminada, paso a paso, de mi tierra castellana, del pulso de los hombres, con mi alma dentro, que es lo esencial”. Y así empieza el primero de ellos:
Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
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