«El
cadáver era de un hombre que debía de
rondar los setenta años. Estaba echado sobre su lado derecho en el suelo, junto
a un sofá, en un pequeño salón, y vestía camisa azul y pantalones de pana de
color marrón claro. Calzaba zapatillas. El cabello gris, que había empezado a
escasear, estaba manchado con la sangre de una aparatosa herida en el cráneo.
En el suelo, cerca del cadáver, había un cenicero grande de cristal, cuadrado y
con aristas afiladas. También estaba manchado de sangre. La mesa del centro
estaba volcada».
Así comienza esta entretenida novela, Myrin en el original, primera de la
serie del inspector Erlendur. Éste se
encuentra el cadáver de Holberg, un
camionero solitario, con una nota incompleta de lo que parece ser una
confesión: «Yo soy Él». La nota empieza a cobrar sentido cuando encuentran en
un cajón la foto de la tumba de una niña fallecida cuarenta años atrás y cuya
madre se suicidó tres años después. Pero la niña no murió asesinada... a todo
esto se une la desaparición de una joven novia el día mismo de su boda y los
problemas de Erlendur con su hija, Eva Lind, metida en las redes de la
droga y la prostitución. El interés de la trama crece según pasan las páginas,
y tiene un gran final.
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