«Con el pelo aplastado sobre
nuestras cabezas por un gran peine redondo, y nuestras trenzas dobladas y
aprisionadas en una redecilla negra, no se imagina usted qué duros parecían
nuestros rostros. Y, en efecto, éramos duras las unas con las otras, y
malhumoradas. Yo, al menos, era desdichada en esa pensión de provincia»
Enfantines era uno de los libros
de Larbaud que permanecía aún
inédito en castellano, hasta que Ricardo
Cano Gaviria lo tradujo para Igitur. Se trata de un volumen
de ocho relatos cuyos personajes son niños, niños que anuncian los adultos que serán, pequeños santos
cuya inocencia hace resaltar la crueldad
del mundo de los mayores. En su Epílogo, Cano califica a Larbaud de «infantólatra», y lo
incluye entre aquellos autores que —como Alain
Fournier— «elevaron al niño o al joven a la categoría de sujeto
privilegiado del relato». De la tierna
edad es, así, un libro melancólico y
bello. No en vano había hecho Larbaud
en 1908 esta petición: «Dejad que me enternezca un
poco con mi infancia».
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