«La línea de luces
de la costa, el resplandor de la ciudad, la espuma blanca batiendo en el
rompiente… No importaba que estuviera oscuro y la lluvia empapara los
cristales. Quienes acudían a su casa por primera vez hablaban siempre de las
vistas, como por obligación. Luis Reigosa escogió un CD del estante, lo colocó
en el equipo de música y sirvió las bebidas en unas copas anchas cuyos bordes
había frotado antes con la cáscara de un limón. No sospechó que eran las
últimas que servía».
Entre el aroma del mar y de los pinos gallegos, en una
torre residencial junto a la playa, un
joven saxofonista de ojos claros, Luis
Reigosa, ha aparecido asesinado
con una crueldad que apunta a un crimen pasional. Sin embargo, el músico muerto
no mantiene una relación estable y la casa, limpia de huellas, no muestra más
que partituras ordenadas en los estantes y saxofones colgados en las paredes. Leo Caldas, un solitario y melancólico inspector de policía que compagina su
trabajo en comisaría con un consultorio radiofónico, se hará cargo de la
investigación. A su lado está el ayudante Rafael
Estévez, un aragonés demasiado impetuoso para una Galicia irónica y ambigua.
Ojos de agua, Ollos de agua en el original, una novela que merece la pena, como también la segunda de la serie del comisario
Caldas: La playa de los ahogados.
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