lunes, 16 de mayo de 2022

Vieja escuela, de Tobias Wolff

«…aunque Arch estaba cojo y de las orejas le salían pelos blancos y tenía un comienzo de barba gris en la cara, volvía a sentirse como un muchacho; pero uno muy versado que no pudo evitar pensar en la escena descrita por aquellas antiguas palabras, seguramente las palabras más hermosas nunca escritas o dichas: Su padre, cuando le vio acercarse, corrió a su encuentro».

¿Hasta dónde será capaz de llegar un joven escritor para conseguir el reconocimiento de un autor consagrado? Alumno de un colegio elitista, el narrador ha aprendido a mimetizarse con sus compañeros y a competir con ellos por un lugar en el que hacer realidad su vocación literaria. Pero en el camino deberá aprender a contar la verdad sobre sí mismo. Las primeras páginas de Vieja escuela, el ambiente que describe, recuerdan a El guardián entre el centeno. Wolff admite la influencia: "Leí la maravillosa novela de Salinger de niño y todavía me gusta, incluso la he enseñado en mis clases. Es probable que sin darme cuenta me haya influido. Pero mi colegio y el suyo eran muy distintos. El suyo estaba lleno de gente afectada y cruel; en el mío había otros problemas: de clase, raza y género, pero las relaciones eran más cordiales, casi idealistas. La influencia fue, creo, en dirección contraria: su foco era individual, el mío colectivo, y no quería usar su dialecto juvenil, sino hablar como un escritor adulto"[1].

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