miércoles, 12 de agosto de 2015

Réquiem por Nagasaki, de Paul Glynn

El pasado domingo se celebró en el Parque de la Paz de Nagasaki un acto conmemorativo del 70 aniversario del lanzamiento de la bomba atómica por parte de Estados Unidos. En su alocución de ese día, el Papa Francisco se refirió a ello: «Esta triste memoria nos llama, sobre todo, a orar y a comprometernos con la paz para difundir en el mundo una ética de fraternidad y un clima de serena convivencia entre los pueblos. Que de toda la Tierra se eleve una única voz: ¡No a la guerra, no a la violencia, sí al diálogo, sí a la paz! ¡Con la guerra siempre se pierde! ¡El único modo de vencer una guerra es no hacerla!». Este fue el planteamiento y el espíritu de Takashi Nagai (1908-1951). Nacido en una familia de médicos de fe sintoísta muy arraigada. Cuando de licenció con matrícula de honor en la Universidad Médica de Nagasaki, el racionalismo científico había acabado con sus creencias sintoístas. En los años 30, pasó más de cuatro años como médico de campaña en la guerra de Manchuria (China). Regresó a Japón condecorado, pero la experiencia de la guerra había cambiado su vida. Reanudó sus clases e investigaciones en la universidad y llegó a ser Decano de Radiología. Sin embargo, seguía inquieto, y preocupado por su futuro espiritual. Fue entonces cuando casi sin pensarlo entró en la catedral de Nagasaki… Superviviente de la catástrofe que acabó con la vida de más de 72.000 personas, Nagai construyó una cabaña en el escenario de la catástrofe y se dedicó a escribir. No condenó a nadie, ayudó a muchas personas y fue considerado un héroe nacional en su país. Si la mayoría de los libros sobre la bomba atómica dejan un mal sabor de boca, este no: al acabar de leerlo, sientes renacer en ti la esperanza en el hombre. Este aniversario es, sin duda, un buen momento para volver a leer este impresionante testimonio a favor de la paz.

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