«LINDA (al oír a Willy en el exterior del dormitorio, le llama, algo turbada): ¡Willy!
WILLY: Aquí estoy. He vuelto.
LINDA: ¿Por qué? ¿Qué
ha ocurrido? (Breve pausa). ¿Ha ocurrido algo, Willy?
WILLY: No, nada.
LINDA: No habrás
tenido un accidente, ¿verdad?
WILLY (con afectada
irritación): Te he dicho que no ha ocurrido nada. ¿Es que no me has oído?
LINDA: ¿No te
encuentras bien?
WILLY: Estoy muerto
de cansancio. (La música de flauta ha cesado. Willy se sienta en la cama, al
lado de su mujer, un tanto aturdido). No he podido aguantar, Linda. No he
podido aguantar más».
Willy Loman ha trabajado como viajante de comercio durante toda su vida para conseguir lo que cualquier hombre desea: comprar una casa, educar a sus hijos, darle una vida digna a su mujer. Tiene sesenta años, y está extenuado; pide un aumento de sueldo, pero se lo niegan y acaba siendo despedido «por su propio bien», pues ya no rinde en su trabajo como antes. ¿Dónde está el error?, ¿en él o en los demás? «La tragedia de Willy Loman está en que dio su vida, o la vendió, para justificar que la había desperdiciado», escribió Arthur Miller, quien, a propósito de la triste vigencia de esta obra, dijo en cierta ocasión: «El que siga habiendo tantos Willy en el mundo se debe a que el hombre se supedita a las imperiosas necesidades de la sociedad o de la tecnología aniquilándose como individuo». Ha sido llevada al cine en dos ocasiones: En 1951, por Laslo Benedek; y en 1985, por Volker Schlöndorff, con Dustin Hoffmann, Kate Reid, John Malkovich y Stephen Lang como protagonistas principales.
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