«Fue justamente un jueves por
la tarde, hacia finales de mes, cuando nos llegó la primera noticia de aquella
mansión misteriosa, la primera ola de aquella aventura de la que no habíamos
vuelto a hablar».
Pocos meses después de la publicación de El gran Meaulnes (Le grand
Meaulnes en el original), uno de los clásicos
indiscutibles de la literatura universal,
estallaba la Primera Guerra Mundial. Alain Fournier fue uno de los primeros movilizados que cayeron, en septiembre de 1914, en vísperas de
cumplir veintiocho años. El mes que viene se cumplen, por tanto, cien años de
su fallecimiento. En mi memoria quedó, cuando tenía la misma edad que sus adolescentes protagonistas, aquella
portada naranja de la editorial Bruguera. Y hace unos días —treinta años
después de aquel primer encuentro colegial—, por casualidad, cayó en mis manos otro
ejemplar de este delicioso libro, el que publicó en 2004 la editorial
Mondadori. Sin poder resistirme y aprovechando los últimos días de vacaciones,
me lo leí prácticamente de un tirón. Narrado en primera persona por François
y ambientado en la gris existencia de provincias, el relato, que mantiene la tensión
hasta la última página, se centra en la búsqueda, por parte de su admirado
amigo Meaulnes, de una bella muchacha —Yvonne de Galois—con la que tuvo un encuentro casual y a la que no
volvió a ver. Una vez más, pero contado de un modo genial, el ingreso en el difícil mundo de la adolescencia. Existe una versión cinematográfica de 1967 y otra de 2006, Le grand Meaulnes. En este enlace puedes ver el trailer.
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