que se te
han caído los dientes,
deformados por el veneno del reuma.
eres una
niña,
Oh, sí,
tú eres para mí eso: una candorosa niña.
que te
han traído a esta ribera desolada.
y cuando
llegues, espera allí a tu hijo.
Porque yo
también voy a sumergirme en mi niñez
pero las
aguas que tengo que remontar hasta casi
la fuente,
son mucho
más poderosas, son aguas turbias, como
como
quieren llevarse al pobre nadador.
¡Pobre
del nadador que somorguja y bucea en ese
¿No es
una maravilla que los dos hayamos arribado
Sí, así es
como a veces fondean un mismo día en
Así hemos
llegado los dos, ahora, juntos.
Y ésta es
la única realidad, la única maravillosa
que tú
eres una niña y que yo soy un niño.
que esto
solo es verdad, la única verdad.
acabaditas
de peinar ahora,
tu
trenza, en la que se marcan tan bien los brillan-
tu
trenza, en cuyo extremo pende, inverosímil, un
verdad,
tus medias azules, anilladas de blanco, y las
debajo de la falda;
verdad tu
carita alegre, un poco enrojecida, y la
(Ah, ¿por
qué está siempre la tristeza en el fondo
yo, niño
también, un poco mayor, iré a tu lado,
te
defenderé galantemente de todas las brutalidades
te
buscaré flores,
me subiré
a las tapias para cogerte las moras más
te
buscaré grillos reales, de esos cuyo cricrí es como
ser el verano!
es como
un hilo continuo de ranas verdes,
que fuera
repulgando la orilla, hilvanando la orilla
Ves:
todavía hay rocío de la noche; llevamos los
Sí, lo
prefieres.
Seré tu
hermanito menor, niña mía, hermana mía,
Nos
pararemos un momento en medio del camino,
y para
que me suenes las narices, que me hace mu-
cha falta
(porque
estoy llorando; sí, porque ahora estoy llo-
Tú ya
conoces las delicias del bosque (las conoces
porque tú
nunca has debido estar en un bosque,
soledad, con tu hermanito).
Mira, esa
llama rubia que velocísimamente repique-
esa llama
que como un rayo se deja caer al suelo,
¡No
toques, no toques ese joyel, no toques esos dia-
mantes!
¡Qué
luces de fuego dan, del verde más puro, del
¡No, no
lo toques!: es una tela de araña, cuajada de
Y esa
sensación que ahora tienes de una ausencia
invisible, como una bella tristeza, ese acompasado
es la
fuga de los corzos. ¿No has visto nunca corzas
¡Las
maravillas del bosque! Ah, son innumerables; nunca
te las
podría enseñar todas, tendríamos
el torpor
de tus queridas manos deformadas,
Madre
mía, no llores: víveme siempre en sueño.
hostil,
de mi egoísmo de hombre, de mis
Duerme
ligeramente en ese bosque prodigioso de tu
en ese
bosque que crearon al par tu inocencia y mi
llanto.
Oye, oye
allí siempre cómo te silba las tonadas nue-
cándido se te hará de repente más profundo y
llamas, llamitas de verdad;
y las telas de araña, celestes pedrerías;
y la huida de corzas, la fuga secular de las estrellas
y las telas de araña, celestes pedrerías;
y la huida de corzas, la fuga secular de las estrellas
quien la envía. Tal vez sea verdad: que un co-
Espérame
en tu sueño. Espera allí a tu hijo, madre
mía.* La madre, en D. Alonso, Hijos de la ira, Castalia, Madrid 1986, pp. 120-125. Junto a la niñez, el tema de la mujer (y, sobre todo, la madre) mueve al poeta a la expresión de una amorosa ternura. La niñez, recuerdo de la inocencia, y la mujer (madre), símbolo del amor, se combinan en este poema que, basado en una hábil superposición temporal, radicada en la memoria, convierte a la madre y al hijo en hermanitos que juegan juntos, recreando un mundo añorado.
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