Jueves, 3 de junio de 2010
Circo romano por televisión
Luis Daniel González, bienvenidosalafiesta
En su momento leí Los juegos del hambre, de Suzanne Collins, y ahora he leído En llamas, la continuación de la historia.
En la primera se presenta una sociedad dictatorial futura donde, anualmente, son seleccionados por sorteo un chico y una chica de cada uno de los doce estados para luchar entre sí hasta que sólo quede uno vivo; esto tiene lugar en un estadio un tanto especial —con bosques y lagos y todo tipo de escenarios— desde donde los combates son retransmitidos en directo a todo el país; la protagonista y narradora, Kaniss, se presenta por su estado para sustituir a su hermana pequeña, que había sido la elegida. En la continuación, después de una introducción algo más larga, los protagonistas vuelven al estadio para competir de nuevo a muerte, pero la rebelión contra el poder está en marcha y Katniss, sin ella saberlo, se ha convertido en la bandera de los rebeldes, digamos que parece anunciarse como un nuevo Espartaco.
Como bastantes escritores que han tenido éxito en las últimas décadas, también en este caso la autora fue durante años guionista de programas televisivos: una experiencia que, sin duda, facilita el trabajo de confeccionar novelas que lleguen bien a los lectores jóvenes. Las dos son narraciones absorbentes y bien construidas, que tocan muchas teclas apropiadas para conectar con el público: elección de los rasgos de los distintos protagonistas, enamoramientos cruzados, presentación de chicas con grandes habilidades físicas para la lucha, gran atención a cuestiones de vestuario y maquillaje, etc. Pero, como ya comenté en Novelas inquietantes o sociedad inquietante, son relatos que me parecen morbosos y socialmente dañinos pues pienso que la representación en ficciones de los programas televisivos que juegan con la curiosidad acerca de las vidas de otras personas, o de los espectáculos del tipo que sea donde se producen accidentes terribles y muertes, les da carta de normalidad y facilita más todavía su aceptación social.
Una especie de prueba de que también se busca eso está en que quienes los escriben, o los publican, o los elogian, no dan explicaciones sencillas y directas, que todos podríamos entender aunque no compartiéramos, del tipo «escribo, (o publico, o leo) novelas así porque son las que me gustan», o «porque quiero ganar dinero» en el caso de los autores y editores. Por el contrario, las explicaciones que abundan contienen coartadas educativo-culturales-morales, como, por ejemplo, «son novelas que reflexionan sobre la injusticia, pues en ellas los pobres son los oprimidos y la chica lucha por salvar a su hermana pequeña y a su familia», o «son una forma inteligente de acercar a la juventud a los viejos mitos griegos, como el del Minotauro», o «qué instructivos relatos para que los lectores jóvenes se den cuenta de la crueldad inhumana del Circo Romano y así nunca se vuelva a repetir», etc.
En la primera se presenta una sociedad dictatorial futura donde, anualmente, son seleccionados por sorteo un chico y una chica de cada uno de los doce estados para luchar entre sí hasta que sólo quede uno vivo; esto tiene lugar en un estadio un tanto especial —con bosques y lagos y todo tipo de escenarios— desde donde los combates son retransmitidos en directo a todo el país; la protagonista y narradora, Kaniss, se presenta por su estado para sustituir a su hermana pequeña, que había sido la elegida. En la continuación, después de una introducción algo más larga, los protagonistas vuelven al estadio para competir de nuevo a muerte, pero la rebelión contra el poder está en marcha y Katniss, sin ella saberlo, se ha convertido en la bandera de los rebeldes, digamos que parece anunciarse como un nuevo Espartaco.
Como bastantes escritores que han tenido éxito en las últimas décadas, también en este caso la autora fue durante años guionista de programas televisivos: una experiencia que, sin duda, facilita el trabajo de confeccionar novelas que lleguen bien a los lectores jóvenes. Las dos son narraciones absorbentes y bien construidas, que tocan muchas teclas apropiadas para conectar con el público: elección de los rasgos de los distintos protagonistas, enamoramientos cruzados, presentación de chicas con grandes habilidades físicas para la lucha, gran atención a cuestiones de vestuario y maquillaje, etc. Pero, como ya comenté en Novelas inquietantes o sociedad inquietante, son relatos que me parecen morbosos y socialmente dañinos pues pienso que la representación en ficciones de los programas televisivos que juegan con la curiosidad acerca de las vidas de otras personas, o de los espectáculos del tipo que sea donde se producen accidentes terribles y muertes, les da carta de normalidad y facilita más todavía su aceptación social.
Una especie de prueba de que también se busca eso está en que quienes los escriben, o los publican, o los elogian, no dan explicaciones sencillas y directas, que todos podríamos entender aunque no compartiéramos, del tipo «escribo, (o publico, o leo) novelas así porque son las que me gustan», o «porque quiero ganar dinero» en el caso de los autores y editores. Por el contrario, las explicaciones que abundan contienen coartadas educativo-culturales-morales, como, por ejemplo, «son novelas que reflexionan sobre la injusticia, pues en ellas los pobres son los oprimidos y la chica lucha por salvar a su hermana pequeña y a su familia», o «son una forma inteligente de acercar a la juventud a los viejos mitos griegos, como el del Minotauro», o «qué instructivos relatos para que los lectores jóvenes se den cuenta de la crueldad inhumana del Circo Romano y así nunca se vuelva a repetir», etc.
Suzanne Collins. Los juegos del hambre (The Hunger’s Games, 2008). Barcelona: Círculo de lectores, 2009; 379 pp.; trad. de Pilar Ramírez Tello; ISBN: 978-84-672-3563-0.
Suzanne Collins. En llamas (Catching Fire, 2009). Barcelona: Molino, 2010; 487 pp.; trad. de Pilar Ramírez Tello; ISBN: 978-84-2720-000-5.
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