«He aquí mi secreto —dijo el zorro—. Es muy simple: no se
ve bien sino con el corazón. Lo esencial
es invisible a los ojos. El tiempo que dedicaste a tu rosa hace que tu rosa
sea tan importante. Los hombres han olvidado esta verdad, pero tú no debes
olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres
responsable de tu rosa».
Un pequeño príncipe
poseía una rosa y tres volcanes en un minúsculo planeta. Un día que estaba muy
aburrido salió a dar una vuelta por el Universo. Visitó unos cuantos asteroides
parecidos al suyo y conoció a un rey, a un vanidoso, a un bebedor, a un hombre
de negocios, a un farolero y a un geógrafo. Por último llegó a la Tierra. Como era un planeta
grande permaneció allí durante un año, y tuvo oportunidad de conversar con una
serpiente, un cazador, un guardagujas, un mercader y, especialmente, con un
zorro y un piloto que reparaba el motor de su avión en el desierto. En cada
nuevo encuentro, el principito hacía
preguntas breves, y escuchaba las respuestas con atención. Buscaba, como todo hombre, lo esencial, lo mismo que tú y que yo:
¿dónde estoy?, ¿en qué planeta he caído?, ¿qué haces ahí?, ¿dónde están los
hombres?, ¿cómo puedo tener amigos?
Antoine de Saint
Exupéry (1900-1944),
alternó la pasión por la aventura
con la meditación sobre el significado
último de la existencia. En El principito (Le petit prince en el original), encontramos la importancia del valor de la amistad, del heroísmo como meta, la felicidad que proporciona el cumplimiento del deber, la responsabilidad como motor de la
conducta moral… Imprescindible.
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